Tienen conciencia de sí
mismos, capacidad simbólica y cultura que transmiten de generación en generación;
pueden aprender el lenguaje de los signos con un vocabulario de unas 300
palabras, y son incluso superiores a nosotros en algunas habilidades de
memoria matemática. Cooperan con sus congéneres, pero también pueden ser
manipuladores y mentirosos, una astucia muy humana para la que hace falta
un desarrollo cognitivo complejo. Solo ellos y nosotros sabemos elaborar una
mentira.
Pero, ¿de verdad somos
especies casi iguales? La cuestión es realmente peliaguda. Algunos aseguran que
no hay apenas diferencias, lo que incluso llevó a una polémica petición de «derechos
fundamentales» para los grandes primates y la propiedad sobre su selva,mientras
que otros consideran que detrás de una postura semejante no hay más que el
deseo sentimental de humanizar a los animales. Lo cierto es que, sin tomar
partido, mirar a los ojos a un chimpancé en la jaula de un zoo estremece. Es
como presentarnos ante un pariente lejano y extravagante en el que reconocemos
algunos de nuestros rasgos. Para empezar, compartimos con ellos alrededor del
98 % de los genes. «Chimpancés y seres humanos tienen un antecesor común que no
compartimos con ningún otro primate. Los dos linajes se separaron hace unos
seis millones de años», explica el doctor Israel Sánchez, del departamento de
Paleobiología del Museo Nacional de Ciencias Naturales-CSIC. Pero los
homínidos dejaron los bosques para adentrarse en el ambiente abierto de la
sabana, algo muy extraño en un primate, y se pusieron de pie, mientras que
los chimpancés siguieron siendo «cuadrípedos y arborícolas». Para el
paleontólogo, ahí está la clave de las diferencias. Cada uno por su lado
perfeccionó un tipo diferente de locomoción muy específica y original, y
posteriormente se produjo «un desarrollo cerebral distinto».
Cerebro de chimpancé
Un estudio publicado en
Current Biology esta misma semana por Tetsuro Matzusawa, de la Universidad de Kyoto,
uno de los más grandes investigadores de primates del mundo, ha seguido, por
primera vez, el desarrollo del cerebro del chimpancé desde que nace y lo ha
comparado con el del ser humano, que es tres veces mayor. En ambos, partes
críticas para las funciones cognitivas son inmaduras en el nacimiento. Sin
embargo, los bebés humanos desarrollan la materia blanca prefrontal de forma
mucho más espectacular que las crías de chimpancé, lo que les permite un mayor
desarrollo del lenguaje y de habilidades de interacción social.
A pesar de esa desventaja,
la inteligencia de los chimpancés es bien reconocida, y los primatólogos la
comparan con la de un niño humano de 2, 3 ó 4 años. En un experimento realizado
por científicos del Instituto Max Plank de Alemania, llamado el «cacahuete
flotante», se entregaba a un grupo de niños de esa edad y a unos chimpancés una
probeta con una nuez dentro y un vaso de agua. Es fácil imaginar lo que había
que hacer para obtener el premio. A iguales condiciones, animales y niños
alcanzaron aciertos similares. Pero se demostró que no aprenden igual. Los
niños son capaces de imitar a los que saben, el mono improvisa con creatividad. También
se les ha pedido sumar, restar o reconocer fracciones. En pruebas numéricas en
las que está en juego la memoria visual, como recordar en orden la posición de
números que desaparecen en una pantalla, incluso han obtenido puntuaciones
superiores a las de ¡estudiantes universitarios!
Producen herramientas
Otro factor interesante
reconocido en los chimpancés es que «producen herramientas para conseguir sus
alimentos, incluso sin que nadie les haya enseñado, por un método de ensayo y
error», dice David Riba, antropólogo de la Fundación Mona , un
centro de recuperación de primates cercano a Gerona, e investigador del
instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Humana (IPHES) . Estas
herramientas van desde palitos para obtener miel o termitas hasta lanzas para
la caza. Los investigadores del Max Planck demostraron que estos
instrumentos podían ser multiuso, lo que requiere una manifiesta capacidad de
planificación.
Y tienen cultura, algo que
ya avanzó la famosa etóloga británica Jane Goodall tras convivir con ellos en
África, unos conocimientos que se transmiten de madres a hijos. «Se han
documentado39 tradiciones entre distintos grupos de chimpancés en libertad relacionadas
con la obtención de recursos, hábitos higiénicos o tipos de saludo», recuerda
Riba.
Pero, sin duda, la habilidad
de los chimpancés que más llama la atención es su destreza para aprender el
lenguaje norteamericano de los signos, algo que nos resulta fascinante. La
primera en hacerlo fue una hembra,Washoe, que empleaba unas 300 palabras. Este
lenguaje, aunque muy limitado y básico -«quiero una manzana» o «quiero jugar»-,
forma frases gramaticalmente correctas con sujeto, verbo y predicado, en ese
orden.
Sensibles y con personalidad
Los investigadores dicen,
además, que son seres sensibles y con personalidades distintas.«Son muy
sociales, establecen vínculos emocionales muy fuertes, especialmente con las
crías, y si están solos o aislados, enferman», explica Miquel Llorente,
psicólogo y responsable de investigación de la Fundación Mona. El
experto cree que se puede hablar de «amistad» entre chimpancés y de
un «proceso de duelo» ante la muerte de un miembro del grupo, aunque
reconoce que este punto resulta un tanto «controvertido». Otra investigación,
echa pública recientemente por el Centro de Investigación de Primates de Yerkes
(EE.UU.), aseguraba que los chimpancés son generosos por naturaleza, una
cualidad que hasta ahora se creía exclusivamente humana. «También se
reconcilian tras un altercado, comparten alimentos con los más débiles y ayudan
a los heridos», dice el primatólogo Roberto Ruiz Vidal.
Pero, ¿tienen conciencia de
sí mismos? Muchos especialistas creen que sí, porque se reconocen en un
espejo, y algunos les creen capaces de atribuir pensamientos e intenciones a
otros seres, lo que se conoce como «teoría
de la mente», una capacidad, sin duda, extraordinaria. Por eso, quizás,
como nosotros, mienten.
Entre lo imposible y lo real
En «El origen del
planeta de los simios», los chimpacés recreados muestran unas características
que, como obliga el guión, son extraordinarias, pero también reflejan el
comportamiento y la fisiología de estos animales con más o menos acierto. Estos
son los aspectos mejor y peor tratados, según el primatólogo Roberto Ruiz
Vidal:
-Locomoción bípeda: Los
chimpancés caminan apoyando los nudillos, pero en la película no hay ningún
problema para que lo hagan sobre dos patas. En realidad, la morfología de su
cadera no les permite que el bipedismo sea su locomoción habitual, pero algunos
chimpancés sí son capaces de ponerse de pie en ocasiones.
-Lenguaje hablado: Posiblemente,
sea lo más absurdo. Los chimpancés no tienen el aparato fonador preparado para
producir palabras. Sin embargo, el lenguaje con signos «sí está bien
representado».
-El simbolismo: Un
círculo con un rombo en el centro representa algo muy importante para «César»,
-el chimpancé protagonista que en realidad interpreta el actor Andy Serkis-,
que lo pinta en una pared. En la vida real, varios ejemplares de esta especie y
de gorila han demostrado sus habilidades para la pintura, «llegando a
representar un perro y un gato». Incluso se han hecho exposiciones con sus
«obras de arte».
-La añoranza y la tristeza: La
vida en cautiverio supone «una ruina emocional» para los chimpancés, asegura el
primatólogo, por lo que manifiestan su tristeza con gemidos y quejas. Eso sí,
los gestos en la película están «demasiado humanizados»
-El liderazgo: Según
Ruiz Vidal, está muy bien representado en la película, ya que estos animales
tienen una estructura jerárquica. También considera que la cinta refleja bien
los lazos sociales y las alianzas entre individuos por un objetivo común, e
incluso cree que podría producirse una comunicación entre distintas especies,
como aparece en el filme.
-Saltos y escaladas: Son
muy fuertes y están muy capacitados para trepar por la pared de un edificio,
pero los saltos que aparecen en el filme «están muy violentados y exagerados,
como un Jackie Chan de los simios».
-La influencia humana en la
evolución: El paleontólogo Israel M. Sánchez cree que no podemos
atrevernos a imaginar cómo evolucionarán los chimpancés dentro de millones de
años, pero «lo que está claro es que el ser humano no tiene el poder de influir
en la evolución de la especie, porque la evolución implica variaciones en la
frecuencia génica de las poblaciones a lo largo del tiempo, y nosotros solo
actuamos sobre el comportamiento de individuos»
Grandes cobayas de
laboratorio
Uno de los puntos que según
los expertos consultados mejor refleja «El origen del planeta de los simios» es
el uso de chimpancés para experimentación médica y científica, en este caso
para buscar una posible cura al mal de Alzheimer. La UE acordó el pasado año limitar
la experimentación con grandes primates, aunque, para organizaciones ecologistas
muy activas como Proyecto Gran Simio dejó «una ventana abierta» a que cada país
o empresa farmacéutica interpretara las leyes a su manera, ya que la UE permite el «uso excepcional»
de grandes simios si se trata de pruebas para tratar de curar «una enfermedad
muy grave» o está en juego «la supervivencia de la propia especie». De momento,
solo Inglaterra, Austria, Nueva Zelanda y Australia han prohibido experimentar
con grandes primates. En España, el Congreso aprobó una proposición no de ley
al respecto en 2008, pero el Gobierno nunca la consideró.
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